A través de su existencia, los seres humanos han expresado la íntima conexión que existe entre la vida y la muerte por medio de ritos, costumbres, mitos y símbolos en torno a esta realidad. El cristianismo hizo grandes esfuerzos para darle sentido cristiano a tales costumbres, dando así cabida al culto a los muertos dentro del cristianismo. De esta manera, la Iglesia católica estableció en su calendario litúrgico un día dedicado al culto de los muertos: el 2 de noviembre. De esta misma manera, después de la conquista de México por los españoles en 1521, los misioneros buscaron formas creativas para cristianizar los cultos de los indígenas en torno a los muertos. El resultado de este proceso de inculturación es una gran variedad de ritos, como las ofrendas o altares en el “Día de los Muertos” en las casas o en los cementerios, el velorio, el entierro, el luto y la novena. Ya que México es un país con variadas y vastas regiones, las costumbres y ritos del culto a los muertos pueden variar de región a región.
El Día de los Muertos
La cultura náhuatl, predominante en la zona central de México, dedicaba buena parte de su calendario religioso a festejar a los difuntos. En el mes noveno del calendario azteca (Tlaxochimaco), que corresponde al mes de agosto, se celebraban dos fiestas en honor a los muertos. La primera era para recordar y festejar a niños difuntos, y se le conocía como miccailhuitlontli o “fiesta de los muertecitos”. En esta fiesta se hacían ofrendas y sacrificios en honor de los niños difuntos. La segunda parte del mes se dedicaba a honrar a los difuntos adultos. Esta festividad se llamaba heymiccayhuitl o “la gran fiesta de los difuntos”.[i] En sus esfuerzos por evangelizar a los nativos, los misioneros cristianizaron esas festividades y las transfirieron al principio del mes de noviembre, que es cuando la Iglesia festeja a los difuntos, específicamente, el 2 de noviembre. La población indígena continuó dedicando el 1º de noviembre para festejar a los niños difuntos o angelitos, y el 2 de noviembre a los difuntos adultos. Aunque oficialmente la Iglesia católica dedica el 1º de noviembre para conmemorar a todos los santos, la religiosidad popular, en varias regiones de México, recuerda a quienes fallecieron en su niñez.
La religiosidad popular cree que las almas de los muertos tienen permiso divino para visitar a su familia una vez al año, las almas de los niños el 1º de noviembre y las almas de los adultos el 2 de noviembre. Por lo tanto, las familias se preparan para ofrecer la mejor de las hospitalidades a sus familiares difuntos. Lo más común es preparar una ofrenda. En ciertas regiones de México esta ofrenda toma la forma de un altar que se suele hacer en un cuarto de la casa. Normalmente ahí ponen un crucifijo, imágenes de santos, fotografías de los difuntos, velas, flores, y las comidas y bebidas favoritas de los difuntos. Las velas y las flores tienen el objetivo de iluminar y atraer con el aroma a las almas para que encuentren el camino a casa. Esto lo describe Elizabeth Carmichael de la siguiente manera:
Las flores forman montones de brillantes colores. De tonos muy vivos, predominan el anaranjado y amarillo del cempasuchil, o “flor de muerto”, que ha sido asociada con las festividades de los muertos desde los tiempos pre-hispánicos. Tanto el color como el olor son importantes, porque son ellos los que atraen las almas a la ofrenda. Sendas de pétalos de “flor de muerto” son trazadas desde la ofrenda hasta la puerta de la casa para guiar las almas a su fiesta.[ii]
Las almas han hecho una larga jornada, y por lo tanto, llegan hambrientas y sedientas. De ahí que la ofrenda tenga las comidas y bebidas preferidas de los difuntos. Para los niños difuntos se ponen en la ofrenda juguetes y golosinas.
En ciertas regiones de México, como Michoacán y Oaxaca, las ofrendas no se hacen en la casa sino en el cementerio sobre la lápida de la tumba. Mary Andrade nos explica cómo los habitantes de la región del lago de Pátzcuaro, en el estado de Michoacán, arreglan la ofrenda en las tumbas del cementerio:
Las ofrendas nuevas, sobre las tumbas recién abiertas, tienen la característica de ser adornadas con cruces indígenas, llegando a formar una especie de pequeña “habitación” rectangular, con dos o tres arreglos adicionales, que vienen a ser como paredes entretejidas con varas de madera que se cruzan, dejando espacios abiertos para colgar flores, pan y frutas. En el centro y sobre el sepulcro se colocan las charolas y viandas cubiertas con servilletas.[iii]
Las demás tumbas simplemente se limpian, se adornan con flores, velas, comida y bebidas. Como se ha mencionado antes, esto puede variar un poco, dependiendo de la región o el lugar.
El velorio
La velación o velorio de un difunto puede variar en cierta medida, pero la descripción que se ofrece enseguida es, más o menos, el común denominador en la religiosidad popular mexicana. Cuando una persona muere se hacen los preparativos para poner al difunto en su féretro para velarlo toda la noche y enterrarlo al siguiente día. Hoy día se acostumbra con más frecuencia hacer el velorio en una casa funeral; y éstas están preparadas para que el velorio sea posible, lo cual sería impensable en la cultura estadounidense; aunque todavía se acostumbra a velar a los muertos en su casa, sobre todo, en las zonas rurales.
Si el que ha muerto es un niño, se le llama “angelito” y se le viste con su traje de bautismo o con una túnica blanca, y se le pone una corona de flores. El cuerpo de un difunto adulto, por la cuestión de la mancha del pecado personal, se purifica lavándolo y amortajándolo con una sabana blanca nueva; o simplemente se viste con su ropa común.[iv] En ciertos casos, si la difunta es casada, se le pone el vestido de novia, y si la talla ha cambiado y el vestido no le queda, se abre el vestido por atrás y se le pone a la persona encima a manera de fachada.
Durante el velorio se hacen rezos, se cuentan anécdotas, chistes, y cuentos; se sirve pan dulce y café. Normalmente, al siguiente día del fallecimiento se hace el entierro, y si es posible se celebra la Misa de cuerpo presente. Si por falta de sacerdote no se celebra Misa, se va directamente al cementerio. Ahí se hacen las últimas despedidas que suelen ser muy emotivas. Cuando el féretro está puesto en la fosa, los familiares y amigos echan un puñado de tierra en forma de cruz sobre la caja del muerto, y así cumplen con la obra de misericordia: “enterrar a los muertos”.
La gente no se va del cementerio hasta que el entierro se ha realizado totalmente. Esa misma noche, después del entierro se inicia el novenario para pedir por el eterno descanso de la persona fallecida. En estos nueve días se reza el rosario con oraciones especiales para el difunto. Los dolientes suelen guardar luto por un año, durante el cual se visten de negro, especialmente las mujeres. Se coloca un moño negro sobre la puerta de entrada principal de la casa del difunto. Los dolientes no ofrecen ni van a fiestas. Al cumplirse el primer aniversario de fallecimiento, se termina el luto, los familiares del difunto ayunan y ofrecen Misa en memoria del muerto.
Conclusión
La religiosidad popular hace un gran uso de símbolos, no solamente para mostrar lo que sienten, sino también como formas metafóricas de expresar aquellas realidades que no saben expresar con palabras, o que van más allá de las realidades físicas. Es por eso que su culto a los muertos está repleto de símbolos y expresiones metafóricas verbales y no verbales. De esta manera la piedad del pueblo, en relación con los muertos y la muerte, quiere expresar que ésta no es el final; que continúa existiendo una estrecha unión entre vivos y muertos; que después de la muerte hay vida; que la muerte eterna ha sido vencida por la pasión, muerte, y resurrección de Jesucristo nuestro Señor; que por Jesucristo ya sea vivos o muertos somos de Él. Por eso para la piedad popular la muerte es parte de la vida.
Publicado originalmente en Liturgia y Canción. © 2009 OCP. Todos los derechos reservados.
Heliodoro Lucatero es presbítero de la Arquidiócesis de San Antonio, Texas. El Padre Lucatero obtuvo su doctorado en estudios litúrgicos en la Universidad de Notre Dame. Estudió teología en la Universidad Católica de Lovaina. Es miembro del subcomité para textos en español del comité de culto de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos (USCCB) y miembro de la mesa asesora del Instituto Nacional Hispano de Liturgia.
[i] Nutini, Hugo G. Todos Santos in Rural Tlaxcala. Princeton: Princeton University Press, 1988, pp 59-61.
[ii] Carmichael, Elizabeth and Sayer, Chloe. The Skeleton at the Feast: The Day of the Dead in Mexico. Austin: University of Texas Press, 1992, p. 18.
[iii] Andrade, Mary J. A través de los ojos del alma, Día de los Muertos en México: Michoacán. San Jose, California: La Oferta Review Newspaper, Inc., 1999, p. 32
[iv] Aranda, Alberto, “Religiosidad popular en torno a la muerte”. Ensayo no publicado y presentado en la reunión anual de los miembros del Instituto Nacional Hispano de Liturgia el 1º de noviembre, 1999, en la Ciudad de México.